lunes, 2 de marzo de 2015

Viaje a Sumatra: en el museo del Tsunami

tsunami banda aceh por hachero

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El tsunami que asoló el océano Índico es ahora una ola de cartón piedra congelada para siempre en el momento en el que se disponía a morder la vida de millones de vidas, incluidas más de doscientas mil humanas, el tsunami es ahora un museo, una biblioteca repleta de libros que ilustran una Gran Ola con dibujos infantiles, es una exposición de estilo naif que muestra angustiosas manos buscando en vano un asidero, el tsunami es un turba de muñequitos de enorme atractivo para los niños que corren estáticos de un desastre que les asusta, es una tienda llena de recuerdos en forma de llaveros y pins, de camisetas, de sudaderas, de pegatinas, el tsunami sale de las mentes de los que lo vivieron y del recuerdo de los que murieron y adopta formas insospechadas, placas conmemorativas, carteles indicativos, torres de salvamento, barcos en lugares insólitos, toda una ruta turística que recuerda a la humanidad que la espada de Damocles pende sobre nuestras cabezas y que nuestras vidas son tan efímeras ante la naturaleza como canjeables por unas monedas en una caja registradora.

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En el centro de Banda Aceh se levanta imponente el Museo del Tsunami, dos mil quinientos metros cuadrados de mole en forma de barco con cuatro plantas dedicadas a exposiciones. A sus puertas se fotografían adolescentes sonrientes, con velo ellas, con camisetas ellos. El tsunami atrae a una multitud de curiosos que proceden de la ciudad, de la región, del resto de la isla de Sumatra, de todo el país y hasta del extranjero.

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En Banda Aceh la Gran Ola cambió todo y los vecinos coinciden en que para bien. 'Yo diría que sí, que para bien', dice el recepcionista de mi hotel, el Rumoh hotel, Ibrahim, 'esto ahora es otra ciudad, moderna y preparada'. Nada más entrar en el Museo del tsunami una serie de pantallas de ordenador muestran fotografías espantosas, y espantosas en todos los sentidos porque a la tragedia de los cuerpos hinchados y la destrucción general se une un ligero desenfoque que le añade dramatismo, pantallas borrosas y rayadas, y el ambiente festivo de un grupo de niñas con velos de colores chillones que se toman selfies con sus enormes smartphones.

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A continuación se abre la bóveda de los nombres, representados tan sólo unos cientos de los miles que fallecieron, grabados en círculos e iluminados con una débil imitación de tea, dispuestos en hileras que se arremolinan buscando el fondo de la chimenea en que se convierte la estancia. El canto de un muecín retumba en las paredes y siento el borboteo de los que están a punto de morir ahogados y el hedor de las montañas de escombros mezclados con humanos y bestias, la primera impronta de la Gran Ola.

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Los nombres giran y giran y parecen querer salirse de las paredes para volver a la vida y disfrutar de los beneficios del tsunami, envidiosos de los que sobrevivieron, sepultados en grandes fosas comunes, condenados a pervivir en la pared de un museo sin explicarse muy bien qué han hecho para merecer semejante honor eterno en este pseudo barco.

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Porque el museo es un barco y su forma es la de un barco, sus paredes son curvadas y evocan olas, el primer pasillo es oscuro y en la penumbra llegas a mojarte porque cae una cortina de agua que invariablemente salpica al recién llegado, por poca empatía que tengas con el entorno puedes sentir el terror impreso en este extraño museo, el terror de la sacudida de un temblor de 9.1 grados en la escala Richter, una sacudida que sepultó en agua a tanta gente que provocó una ola de solidaridad internacional aún mayor.

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'Por aquí entró la ola en Banda Aceh', me cuenta Fahami en el origen de la pesadilla mientras su taxi tose gripado sobre un puentecillo, por supuesto nuevo, por supuesto financiado con dinero de la solidaridad internacional.

tsunami por Hachero 15

Nadie lo diría, me digo mientras el sol lánguidamente se esconde tras la isla de We que tapa el horizonte, y trato de evocar entonces el muro creciente e inexorable de agua que arrastró el pasado al más lejano Recuerdo y dejó, a cambio, toneladas de escombros, muertos y olvidos y el extraño resurgimiento de una ciudad que estaba muerta antes de su deceso. Un deceso que curiosamente fue su resurrección, una ciudad que ahora respira vida y es la envidia de toda Indonesia.

tsunami por Hachero

'Ahora tenemos carreteras, edificios nuevos, inversiones', desgrana el recepcionista de mi hotel, un hotel construido con dinero turco, mientras señala los edificios de la acera de enfrente: 'aquel se levantó con dinero alemán, y aquel de allí con dinero coreano, y en la ciudad tenemos barrios construidos con dinero de Taiwan, de Portugal, de Italia...'

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El techo del museo del tsunami está jalonado con las banderas de los desinteresados donantes. Veo la de Malasia, la de los EE.UU, la de Bolivia, de Croacia... Todos enmarcan la palabra 'Paz' en sus idiomas. Porque en Banda Aceh el agradecimiento se siente en cada esquina. De la polvorienta ciudad que barrió el tsunami, azotada por la indolencia y la miseria, por los asesinatos y sabotajes de una guerrilla fundamentalista, la Gerakan Aceh Merdeka (GAM) y por las correspondientes represalias del ejército indonesio, se ha pasado a una ciudad nueva, nueva del paquete, tan nueva que sus vecinos se pellizcan por si la Gran Ola les hubiese trasladado a un mundo irreal y mentiroso.

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Las carreteras no tienen baches, el alcantarillado fluye, los carteles impiden que te pierdas, se puede pasear de noche y la madrugada no está jalonada de disparos de AK47. En 1999 visité Timor Oriental, que a su modo era un infierno, pero aún peor era la situación de Banda Aceh... 'Este puente es alemán', dice el conductor del mototaxi que me lleva al hotel mientras cruzamos el emblema que une las dos partes de la ciudad separadas por un río que tras el tsunami pareció más bien un océano.

tsunami por Hachero

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En la exposición de fotografías del tsunami el ambiente es de mercado festivo. Los turistas llegan de toda Sumatra, y por extensión de toda Indonesia, hacen grupos ante las instantáneas y posan satisfechos, las muecas de dolor de las fotos contrastan con las de los turistas, el salón donde las maquetas reproducen tsunamis de goma espuma que aterrorizan a muñecos que habitan ciudades de cartón piedra tiene un aire de jardín de infancia no tanto por las reproducciones sino porque ya pillan al respetable saturado de tragedia y de olas asesinas.

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Máquina de generar olas...
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Pero aún queda más: un gran salón donde se reproducen tsunamis en miniatura, clases prácticas para los escolares que pueden generar olitas con máquinas pedagógicas, maquetas de la corteza terrestre en las que el magma contrasta con el azul de las réplicas de las olas. Pero de todos los recuerdos me quedo con una bicicleta retorcida rescatada de alguna tragedia anónima y que ahora yace como desorientada en una gran urna: ella también sufre como los nombres del cuarto de los nombres: ella tampoco puede disfrutar de la nueva Banda Aceh, de sus carreteras sin baches, de su ciclista desconocido, de la paz de un sitio que ha tenido que morir de la peor de las maneras para renacer y desarrollarse.

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