miércoles, 14 de enero de 2015

Viaje a Tarifa: entre inmigrantes subsaharianos (y III)

Inmigrantes en Tarifa por Hachero

Sobre unas colchonetas alineadas en el suelo del flamante polideportivo nuevo de Tarifa duermen su sueño decenas de hombres. Es más: duermen cientos de hombres. Y yo me pregunto: ¿sueñan estos hombres? Y si la respuesta es que sí, y por fuerza debe serla, me pregunto entonces: ¿con qué sueñan estos hombres?

Inmigrantes en Tarifa por Hachero


Tal vez sueñen con mujeres porque las mujeres que los acompañan, las pocas mujeres que los acompañan, duermen también pero en otro polideportivo, más antiguo y protegido, encerradas en pistas de tenis con paredes de cristal, aferradas a sus criaturas, o simplemente a las criaturas que las acompañan y que muchas veces no son ni suyas. ¿Y ellas? ¿Sueñan con ellos? ¿Se interconectan sus sueños y sueñan unos con otros? ¿O sueñan con el enigma que guardan esas miradas de las que hablé en el anterior post? Lo cierto es que ambos, ellos y ellas, sueñan, sueñan a ojos vista, duermen profundamente, alguno ronca.

Inmigrantes en Tarifa por Hachero

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Tal vez rememoren sus caminatas y todo lo que han pasado hasta llegar aquí. Pero si ese fuera el caso, este post sobraría porque repetiría nuevamente lo que ya intuí antes. Por eso miro a un joven que parece soñar, y sueña plácidamente, estira un pie, luego mueve los labios, sus ojos se agitan bajo los párpados. Parece feliz.

Inmigrantes en Tarifa por Hachero

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Y aquel de allí se agita nervioso: será una pesadilla. ¿Con qué sueña un inmigrante subsahariano que ha sido detenido por la guardia civil cuando estaba a punto de ahogarse? Yannik es un joven de apenas veinte años, fuerte y alto, sonríe abiertamente y da palmas con las manos mientras charla con un amigo. Es de Centroáfrica, o al menos eso dice. ¿Con qué sueñas, Yannik?, le pregunto. Y Yannik recupera su amplia sonrisa y dice con una inocencia que me hace temblar el labio inferior. 'Yo voy a ser jugador de baloncesto', y abre los ojos como si se le fueran a salir volando, creo que se ve ya en una cancha y que siente los aplausos de un público entregado. 'Me gusta el baloncesto', dice con sencillez pero con una seguridad que me vuelve a hacer temblar el labio inferior, 'soy bueno jugando y puedo ganarme la vida como deportista y ayudar a mi familia'.

Inmigrantes en Tarifa por Hachero

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A su lado, Louis Fabianne dice venir de Costa de Marfil, ríe como sólo los africanos saben reír: tanto que me detiene el temblor del labio inferior y me cuenta entonces su sueño. 'Quiero un trabajo normal, no me importa cuál, quiero una vida sencilla, quiero ayudar a mis padres, enviarles dinero, quiero ser feliz'. Mi labio inferior vuelve a desbocarse porque su franqueza es la franqueza de cualquiera que tenga dos dedos de frente. Yannik es un joven idealista, como tantos otros, que sueña con aros y pelotas de baloncesto, con tiempos muertos y con triunfar en la vida. Louis Fabianne tan sólo sueña con ser un tipo normal, el tipo simpático que te cruzas en el rellano, el que tal vez no llegue a fin de mes, el que te pide azúcar a las once de la noche. A su manera, la extraña pareja que sueña despierta es un remedo de don Quijote y Sancho Panza, un resumen de lo que somos todos, sueños de ambición sencilla frente a sueños de normalidad e integración.

Inmigrantes en Tarifa por Hachero

Inmigrantes en Tarifa por Hachero

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Miro entonces al resto de los durmientes y supongo que sueñan con sus familias, con sus seres queridos, pero también con vidas de éxito más o menos grandilocuente, con momentos de gloria y con esos momentos fastidiosos de pedirle azúcar al vecino. Pero esperen porque hay noticias: el portavoz del gobierno anuncia que los inmigrantes abandonarán pronto estas instalaciones y que se estudiará cada caso para aplicar lo que corresponda: repatriación o libertad con orden de expulsión. Los inmigrantes despiertan abruptamente del sueño y marchan en fila india hacia los autobuses, o autobunkers más bien, de la guardia civil. Sus sueños penden ahora de un hilo, de que sepan convencer a las autoridades de que su país es uno de esos que no tienen convenio de extradición, de que serán personas honestas y honradas, que encestarán triples en el último segundo. Entonces sus sueños serán libres y la misma libertad les pondrá en sus sitios: en un equipo de baloncesto, en un trabajo normal, en una vida de desesperación, en un campamento a las afueras de un pueblo agrícola, en un nuevo deambular por los caminos, en una vida clandestina.

Inmigrantes en Tarifa por Hachero

Inmigrantes en Tarifa por Hachero

El ministro marroquí del interior, Mohammed Hasad, reconoce que ha habido errores en la vigilancia de la frontera y que no volverá a ocurrir. De hecho las patrulleras marroquíes vuelven a capturar a los cientos de subsaharianos que se han quedado atrás. Los sueños de los que han llegado tarde a esta fiesta de la inmigración volverán al bosque del Gurugú o a las verjas de Ceuta o Melilla, o a las playas de Tánger, tal vez deambulen hasta intentarlo en Lampedusa.

Y por qué no.

Los hombres no somos libres.

Pero los sueños sí.

Inmigrantes en Tarifa por Hachero

martes, 6 de enero de 2015

Viaje a Tarifa: entre inmigrantes subsaharianos (II)

inmigrantes en Tarifa por Hachero
inmigrantes en Tarifa por Hachero

¿Qué miran esos ojos? Porque no parece que miren nada que yo pueda ver. Miran más allá, detrás de mí. Pero miran a través de mi cuerpo. Miran sin mirar, ven sin ver. ¿Qué mira esa chica que parece absorta en sus pensamientos? ¿Piensa en algo? ¿Tal vez en los años que le ha costado llegar hasta aquí? ¿Y qué es aquí? ¿Un trozo de suelo en una pista de tenis de un polideportivo en una ciudad que ni siquiera sabe pronunciar? ¿Eso es digno de celebrar? O tal vez por sus ojos pase una sucesión de imágenes, de fotografías fijas, de vídeos surgidos como por ensalmo, trozos de una vida que ha gastado, o malgastado, o biengastado, qué sé yo, en cruzar las selvas, junglas, desiertos y montañas de los que hablaba  en el post anterior.

inmigrantes en Tarifa por Hachero

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Tal vez se vea a sí misma, o a sí mismo, desde la distancia del tiempo, tal vez se vea arrastrando los pies por ese polvoriento camino que le dejó en una remota aldea. Tal vez recuerde aquel compañero de camino que murió apaleado por unos uniformados. Tal vez recuerde aquella madre moliendo mijo a las puertas de su choza. O puede que recuerde a sus compañeros de estudios en la universidad de su ciudad. ¡Qué más da! ¡He llegado!, parece que dicen sus ojos, y por eso unos ojos están tristes y otros ojos están llorosos. ¿Ha merecido la pena este peregrinar para llegar a un campo de tenis cubierto, detrás de unas rejas, con hombres que se ponen guantes para tocarme, máscaras para hablarme? Si me paro a pensarlo puedo llegar a sentir ese estremecimiento: ¿ha valido la pena?

inmigrantes en Tarifa por Hachero
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Hay quien lleva cuatro años viviendo como una bestia en un bosque del monte Gurugú, a vista de pájaro de las playas de Cádiz. Ya he llegado, parecen decir. Pero en la misma pregunta va un temor que no se atreven aún a pronunciar. ¿Ha merecido la pena? ¿Y aquí qué hay? ¿Me quieren estos tipos tan raros que me sacan fotos como si les fuera el alma en ello? ¡¡Es que nos va el alma en ello!! ¿Somos pobres diablos o lo son ellos? De pronto un niño rompe la tensión con sus monadas, aquel muchacho sonríe abiertamente mientras susurra palabras en su idioma a un desvencijado teléfono móvil, el cerebro funciona a mil y lanza un mensaje: la respuesta sólo es que sí, que ha merecido la pena porque otra respuesta nos rompería el alma y nos lanzaría a una condena horrible: más que perder los años del futuro en una prisión tendríamos el convencimiento de que hemos perdido los años del pasado.

inmigrantes en Tarifa por Hachero

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Y que nuestro esfuerzo fue inútil y que la condena nos añade una pena: hemos vivido para saber que nuestra vida es un fracaso. Así que no puede ser. Sólo hay una respuesta y es que ha merecido la pena. Si hasta vienen de la televisión a preguntarnos no sé qué, mañana saldremos en los periódicos, los compañeros del monte Gurugú ya están aquí, los saludo, me abrazo a ellos, lo hemos conseguido, estamos aquí.

inmigrantes en Tarifa por Hachero

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Robert celebra con sus amigos que ha pisado por fin la anhelada tierra de Europa. Sea eso lo que sea. Y sacude su barba de yihadista mientras se aferra a una cruz. 'No se equivoque', parece decir, 'soy cristiano'. Sus amigos acarician sus rosarios, colgados de cualquier manera de sus cuellos renegridos de salitre y arena. Son del Camerún, como la mayoría que pasa estos días el estrecho de Gibraltar. Se abrazan, bromean, se arrodillan, besan el suelo, parece un teatrito improvisado.

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A su lado otros tipos están serios, parecen mirar sin mirar, ver sin ver, sentir la procesión por dentro. Uno de los tipos tiene pinta de haber militado en alguna terrible guerrilla del golfo de Guinea, de esas que cortan manos y cabezas. Supongo que eso es un prejuicio. Un relato apócrifo en la comarca asegura que un sanitario de la cruz roja quiso devolver un móvil que encontró en un batiburrillo pero no conocía al dueño así que miró en la carpeta de imágenes. El tipo estaba allí, continúa el relato apócrifo, delante suya, y también en la pantalla del teléfono, sosteniendo por los pelos dos cabezas degolladas. Quién sabe, tal vez sea verdad, tal vez uno de esos relatos para meternos miedo.

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Ya hasta le veo al tipo pinta de encabezar masacres en aldeas de alguna selva guineana. Tal vez el hombre sea un dechado de virtudes, un prohombre que sólo ha tenido mala suerte en la vida. Quién sabe, me digo. Y entonces suena un rugido como de máquina. Los servicios de la basura vienen a retirar las lanchas neumáticas que yacen por doquier. Las gomas desaparecen tragadas por las poderosas mandíbulas del motor y las miradas se deshacen de los fantasmas. Ya no hay vuelta atrás. Estamos aquí.

Están aquí.

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