lunes, 16 de junio de 2014

Viaje a Filipinas: Maximino Rodríguez, el último de Mindanao


Las embajadas de los EE.UU, Gran Bretaña y Australia renuevan cada pocas semanas un tétrico aviso dirigido a sus ciudadanos en las Filipinas: por favor, no visiten Mindanao, no vayan a Basilan, ni se les ocurra pisar las islas Jolo. El riesgo de secuestro es tan alto que el personal de los consulados tiene estrictamente prohibido visitar esta tormentosa región y cualquier turista que se salte la recomendación pone de los nervios al personal de Manila. El peligro se llama Abu Sayyaf, una organización considerada terrorista por todos los gobiernos occidentales, responsables de asesinatos, secuestros y emboscadas en el sur de Filipinas y autores de algunas de las acciones terroristas más espectaculares del sudeste asiático. Sus objetivos favoritos son los extranjeros, occidentales si es posible, periodistas o diplomáticos si pueden elegir, cristianos sobre todo.

Al llega a la isla de Basilan los niños trepan en busca de monedas

Padre Max por Hachero

‘Pues yo llevo a Dios en cada zapato’, me asegura el leonés Maximino Rodríguez, Max para los amigos, cuando le digo que tiene a Dios de su lado. ‘Cuando yo llegué, en 1962, esto era el paraíso’, asegura abriendo mucho los ojos, como si los recuerdos se le agolparan en la mente. ‘Los bandidos, que los había, huían a nuestro paso porque les asustábamos’, recuerda con cierto pesar, ‘pero ahora.....’. Ahora el paraíso se ha trocado infierno y los avisos de las embajadas convierten el sur de Mindanao en un desierto turístico. Y, por si fuera poco, la ciudad de Zamboanga, la capital de la región, sufre una ola de misteriosos crímenes a los que nadie pone autor ni causa: les llaman ‘crímenes sin motivo’ y en la plaza principal ondea un enorme cartel con la cifra de los asesinados sin causa aparente: 260. ‘Son muchos, ¿verdad?’, pregunta el padre Max, que juraría que al pasar le habían añadido uno más. ‘Será que han matado a otro esta noche’. Pero se equivoca el padre Max porque en un rato comprobaré que el número no ha crecido: al menos en las últimas horas.

Rumbo a Basilan por Hachero

¿Qué lleva a un leonés a vivir en un lugar tan peligroso? El padre Max mira al cielo pero su mirada se topa con el techo: ‘Dios’, señala. ‘Al principio la congregación de los claretianos me envió a Basilan y allí pasé diez años pero llegó un momento en el que vivir allí se hizo completamente imposible’. Basilan, resuena el nombre en mi cerebro, Basilan, el terror de las embajadas angloparlantes, el centro neurálgico de Abu Sayyaf, escenario de sus primeras correrías, de sus luchas intestinas y de la encarnizada pelea que mantuvieron (y mantienen, dicen ciertas voces anónimas) con los cuerpos de élite del ejército estadounidense. Surgidos a principios de la década de los noventa en torno a la figura de un líder mesiánico, Abdujarik Janjalani, al que sucedió su hermano pequeño, Gadaffi, los extremistas de Abu Sayyaf se declaran salafistas, han combatido en Afganistán contra los soviéticos, en Argelia junto al GIA y mantienen lazos íntimos con Al Qaeda y Jema Islamiyya. Si quieres conocer mi viaje a Basilan, pincha aquí.

Padre Max por Hachero

Para el padre Max y los habitantes de Zamboanga, la ciudad latina del sudeste asiático, como les gusta denominarse, sus vecinos de isla no dejan de ser una pandilla de ladrones obsesionados por el dinero. Dodo es originario de Basilan y habla horrores de sus paisanos. ‘Los conozco, alguno es de mi barrio, no son más que bandidos y muy poco inteligentes’, me asegura con cierto espanto, ‘sólo son radicales islámicos fanatizados y yo no les tengo ningún miedo’, dice mientras juega a los bolos. Es usted muy valiente para no tenerles miedo, le dejo caer, pero me responde, ‘no, lo que ocurre es que no tengo un centavo y ellos lo saben...’. El padre Max redunda en la visión que todos comparten, los terroristas de Abu Sayyaf no son más que bandidos, pero el claretiano va más allá y lo relaciona con aquellos crímenes sin motivo. ‘La culpa es del dinero’, comenta el padre Max, ‘todos quieren dinero, el consumismo ha entrado con una fuerza tremenda en estas sociedades, y por eso Abu Sayyaf no se conforma ya con secuestrar extranjeros: ahora también hace kidnappings (sic) de musulmanes, empezaron pidiendo cien mil pesos (menos de 2000 euros), pero luego subieron a los dos millones... ¡¡y ya van por veinte!! ¡¡Quién tiene aquí veinte millones!! (unos 36.000 euros).

Basilan por Hachero

Algo de cierto debe de haber en esta afirmación, sobre todo si viene de un hombre que ha pasado aquí cincuenta y dos años. De hecho, las últimas víctimas de Abu Sayyaf son dos jóvenes hermanas vecinas de Zamboanga, mitad filipinas y mitad argelinas, dos cineastas musulmanas que grababan un documental sobre la pobreza del campesinado en las islas Jolo, uno de los lugares más peligrosos del archipiélago. Aunque las busca la policía sin éxito todos parecen saber dónde están, dónde han dormido y hacia dónde se dirigen. Dodo les tiene miedo a estos bandidos y utiliza el secuestro de las dos chicas como prueba definitiva: sólo quieren dinero y no les importan las reivindicaciones políticas que sí preocupan a otros grupos guerrilleros, como el Frente Moro. ‘Secuestraron a mi amigo Edgar aquí, en Zamboanga, lo metieron en una barquichuela y lo trasladaron a Jolo, donde lo tuvieron retenido hasta que cobraron un rescate de varios millones de pesos: ahora Edgar no da un paso sin cuatro guardaespaldas...’. Los miembros de Abu Sayyaf son capaces de recorrer cientos de kilómetros en pequeñas embarcaciones para encontrar rehenes: en el año 2000 llegaron hasta Borneo para secuestrar a diez turistas occidentales, en 2001 recorrieron cientos de millas para secuestrar a un grupo de turistas en la isla de Palawan y en 2004 asesinaron a 116 pasajeros de un superferry en Manila. Los intentos de rescate suelen acabar en baños de sangre y rehenes decapitados. Un horror tropical digno de Apocalypsis Now pero sin la figura del capitán Kurtz que le dé algo de interés a toda esta locura.

Zamboanga por Hachero


En estas circunstancias, vivir en el sur de las Filipinas es un ejercicio de valentía permanente. O tal vez de temeridad. ‘En España hace tanto frío como aquí calor pero al menos ya estoy acostumbrado a todo esto...’, se justifica el padre Max mientras me muestra el colegio que parece haber levantado casi con sus propias manos. ‘Cuando llegué aquí esto era un solar’, comenta orgulloso. Los estudiantes desfilan aplastados por el intenso calor y lo saludan con amplias sonrisas. Son ‘sus niños’, ‘su familia’ a decenas de miles de kilómetros de su León natal. ‘Hace un par de años estuve por allá de visita pero mi casa es esta’. Su casa pues es amplia: todo el colegio, a pesar de que ya no tiene la fuerza para viajar por este paraíso extraviado. Ahora se dedica a tareas menores, ayudar en la sacristía, recibir visitas, leer la prensa que le llega con cuentagotas desde España. Como contrapunto parece saberlo todo de su hogar de adopción. Por ejemplo: no confía en ver el final del conflicto que azota Mindanao y que va más allá de los terroristas de Abu Sayyaf, que al fin y al cabo son los últimos en llegar. El conflicto que enfrenta al gobierno de Manila, cristiano, con los terratenientes y señores de la guerra del sur, musulmanes, nos retrotrae al pasado histórico en el que las tropas españolas batallaban sin cesar con los moros del sur por cuestiones religiosas. El conflicto ha costado ya más de doscientas mil vidas desde mediados de los años setenta, cuando los musulmanes exigieron con las armas un estado propio. A base de muertos, atentados, estados de excepción y negociaciones, el inicial Frente Moro de Liberación Nacional pasó a convertirse en el Frente Moro de Liberación Islámica, del que se escindieron los traviesos orates de Abu Sayyaf, pero aquellos con una intención política que hacía posible las negociaciones para lograr acuerdos (que no llegan nunca, por cierto). Con Abu Sayyaf es diferente porque no quieren nada coherente.

padre Max por Hachero
Con el padre Max en su colegio de Zamboanga
El último proceso de paz se desarrolla ahora, un proyecto de autonomía islámica, que comenzó llamándose ARMM (Autonomous Region in Muslim Mindanao) y que ha pasado a ser conocido como Bangsamoro, un plan que espera que 2016 sea el último año de guerra. El padre Max tuerce el gesto y asegura con pena: ‘el final de la violencia no la verán mis ojos’. Y acto seguido desgrana el cúmulo de particularismos del ARMM y del proyecto Bangsamoro: la región estaría formada por tierras musulmanas, como Basilan (pero no su capital, Isabela), Maguindanao, Sulu, Tawi Tawi y Lanao del Sur. Enclaves tan liosos que, por ejemplo, la capital de la ansiada autonomía mora sería Cotabato aunque es una ciudad que está fuera de su jurisdicción porque la que debía ser capital, Zamboanga, es cristiana y se niega a pertenecer a un estado musulmán. ‘Un lío’, concluye el padre Max, que repite a modo de mantra que los acuerdos están adoptados  pero ‘el demonio está en los detalles’. Hay que hacerle caso porque este leonés no ha tenido un percance en los años que lleva allí, y eso que se nota a la legua que no es de estas tierras: alto, blanco y de pobladas cejas, el padre Max recorre en una frase mil idiomas, pasa del castellano con acento leonés al inglés con acento filipino, y de éste al chabacano con acento nativo, una suerte de castellano antiguo mezclado con frases y palabras en idiomas locales, principalmente el tagalo.

Zamboanga por Hachero

Pero cuando menciona a los amigos caídos, el padre Max parece fijar mejor sus recuerdos en castellano. Así, por ejemplo, recuerda emocionado al padre Gallardo, el filipino Rhoel Gallardo, secuestrado, torturado y finalmente asesinado en el año 2000, o a su compañero Bernardo Blanco, también español y claretiano como él, quien resiste también en Zamboanga con una actividad frenética en una lucha permanente por la paz y el recuerdo de las semanas que estuvo secuestrado por Abu Sayyaf. ‘Los secuestran y luego los liberan aunque al pobre padre Gallardo lo trataron realmente mal’, dice el padre Max con una emoción contenida. Pero se repone pronto y piensa en el Vaticano: ‘cuántos mártires han dado estas tierras que ni siquiera han llegado a oídos de Roma’, dice pensativo. Y no deja de tener su razón porque los primeros españoles llegaron a Zamboanga en 1635 pero la primera mezquita de las Filipinas data de 1380 y el mismísimo Magallanes falleció no lejos de aquí aseteado por los hombres de un cacique musulmán, el célebre Lapu-Lapu con el que todo filipino bromea cuando se encuentra un español. ‘¡Cuántas santos se han perdido porque los papeles no llegaron jamás al Vaticano!’, vuelve a lamentarse el padre Max, cansado tal vez de una burocracia tan enredosa que convierte a la española en eficiente y moderna. ‘Fíjese cuántos mártires van a beatificar ahora en Tarragona’, comenta, ‘más de quinientos, y los de aquí permanecen en una especie de limbo, dieron sus vidas y nadie los recuerda...’. Un lugar propicio para el martirio porque si no te matan los de Abu Sayyaf te puede matar cualquiera cuando caminas por la calle.

Zamboanga por Hachero
Cartel que recuerda los muertos por lo que aquí llaman 'crímenes sin motivo'
‘La culpa es de las drogas’, asegura el padre Max en relación a los ‘crímenes sin motivo’, y yo lo miro circunspecto. ‘La culpa es de las drogas’, me dice más tarde Vincent Paul Elago, concejal de seguridad en Zamboanga y, se supone, conocedor de los entresijos de la ciudad, y entonces dudo de mi primera apreciación. ‘Aquí tenemos una droga muy parecida a la cocaína que se llama shabú y estamos seguros de que estos crímenes están relacionados con su consumo’. El shabú es un excitante muy adictivo que se fuma en ambientes marginales y que provoca un agotamiento psicótico que puede degenerar en violencia sin sentido. El caso es que, por una causa o por otra, Zamboanga se enfrenta, por si no tuviera poco, a una epidemia de crímenes sin motivo. El shabú tiene posibilidades pero Vicent tiene otras conjeturas: ‘supongo que habrá de todo: crímenes pasionales que se cometan entre comunidades interreligiosas, ajustes de cuentas... Esto no deja de ser el trópico e imagine usted a un musulmán que descubre a su mujer con un amante cristiano...’. Un joven profesor del Ateneo, fue el último en caer mientras caminaba por la calle: dos jóvenes en moto le dispararon en la cabeza desde corta distancia y todavía la gente se pregunta por qué.

Zamboanga por Hachero

Zamboanga por HacheroLa última víctima de los crímenes sin motivo es un profesor de la universidad de Zamboanga, Justine, cuyo nombre está en todo el perímetro del centro educativo

El padre Max recuerda entonces las playas de Basilan, su exuberante vegetación, la sonrisa de los niños. ‘Era el paraíso’, repite y yo me digo entonces que quiero conocer esa isla. ‘Ni se le ocurra’, me dice. ‘Quitéselo de la cabeza’, me aconseja el jefe de los bomberos de la ciudad, Dominador Flores. ‘Imposible’, me espeta Vernon Padilla, capitán de los transbordadores que unen Zamboanga con Isabela, la capital de Basilan que lleva el nombre de la reina española Isabel II. Tras una tira y afloja, el capitán Padilla cede: ‘bueno, pero yo iré con usted y sólo podrá pisar el muelle: si Abu Sayyaf descubre que está en la isla habrá lío’. Me monto en el transbordador rodeado de gente que quiere acompañarme: mi primo Arnold, el capitán Padilla, un escolta privado, dos soldados del ejército, curiosos que me miran divertidos y, como colofón, un tifón que se dirige a Manila. Basilan está a poco más de una hora de Zamboanga, llueve torrencialmente y uno de los soldados no deja de observar el horizonte por si aparece una lancha con piratas. Me parece surrealista. Isabela, la capital de Basilan, se me antoja una sucesión de chabolas que no son más que un fiel reflejo de las de la isla de enfrente, Malamavi. En primera línea de costa un sinfín de casitas de madera a modo de palafitos reciben al visitante. Están intercomunicadas por planchas de madera y la pobreza es evidente e insultante. Los troncos de manglares ya extintos dan una idea de la insalubridad de la costa y del material del que están hechos los barrios. De entre los tejados sobresalen medias lunas que anuncian las mezquitas que sirven de eco a los mensajes extremistas de Abu Sayyaf.

Padre Max por Hachero

De la antigua colonia de españoles, suizos, alemanes y norteamericanos que campaban a sus anchas no queda absolutamente nadie. Si acaso algún agente de los servicios especiales norteamericanos que hicieron aquí algo más que la guerra a principios de los años dos mil. Los niños se acercan en piraguas a pedir monedas y uno de los soldados los expulsa sin contemplaciones. ‘Quién sabe que traen’, murmura. Los soldados tienen miedo. Parece que hayamos entrado en un territorio hostil. Los pasajeros bajan con tranquilidad pero a pie de muelle los soldados que me ven se asustan y temen trabajo extra: usted no puede estar aquí, me indica uno con gestos. El capitán Padilla les explica mi presencia pero me encierran en las oficinas portuarias. ‘No se asome a las ventanas, si lo ven está muerto’. Comienzo a pensar que todo es una gran broma que acabará con litros de cerveza pero recuerdo entonces los avisos de las embajadas anglófonas y sospecho que no. Tiro fotografías desde las ventanas pero los soldados me hacen gestos para que me retire. No sé si tienen miedo o pecan de prudencia. ‘A Isabela aún es posible ir pero no más allá, y aún así el riesgo es demasiado grande’. Las palabras del padre Max resuenan otra vez en mi memoria y me resigno: no me dejarán salir. El siguiente transbordador me reclama con su bocina: apenas he pasado una hora en la isla de Basilan cuando nuevamente me devuelven a Zamboanga.

padre Max por Hachero

Llegando a la isla de Basilan por Hachero

Los reportes hablan de ojeadores de Abu Sayyaf en busca de potenciales rehenes, pero también de unas fuerzas armadas, las filipinas, con muchos oficiales corruptos que, al modo checheno, venden a los rebeldes las armas y la munición que luego emplearán contra ellos. Los reportes anónimos hablan de agentes norteamericanos probando nuevas técnicas en el interior de esta isla de los demonios. Los reportes dicen una cosa y dicen otra pero lo único cierto es que en la isla predomina la pobreza y la marginación. Tal vez por eso los terroristas de Abu Sayyaf siguen siendo una amenaza palpable, presente en el ambiente, a pesar de los miles de millones invertidos por Manila y los Estados Unidos en su erradicación. Los han descabezado muchas veces pero, a modo de la legendaria Hidra, parece reponer cada cabeza cortada con dos nuevas.

Basilan por Hachero

‘Esto era el paraíso’, repite el padre Max recordando los tiempos felices, cuando llegó enviado por la Iglesia para mantener una presencia, la católica española, que se remonta a casi cinco siglos. A pesar de todo, Maximino no piensa en volver y repite su aversión al frío. ‘Ya no me acostumbro al frío, pero al calor sí...’ Sonríe cuando le digo que parecen los últimos de Filipinas, él y el padre Blanco. ‘De Filipinas no creo’, dice sonriendo, ‘pero de Mindanao sí que somos los últimos...’. Los últimos de Mindanao.

Reportaje aparecido en Interviú Nº 1952 de 23 de septiembre de 2013

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