martes, 15 de abril de 2014

Viaje a Ceuta: en el paso fronterizo del Tarajal



Esta valla separa dos mundos.
El mundo de allí piensa que en el de aquí hay un paraíso. Y el de aquí piensa que allí hay un infierno.


Por eso los de allí arriesgan incluso sus vidas para alcanzar ese pretendido edén. ¿Quién en su sano juicio no arriesgaría el pellejo para conseguir entrar en un mundo de color y fantasía?

Pero, como decía, muchos de este lado consideran que más allá se levanta un infierno, lleno de seres peligrosos, calor, arena, polvo y sangre.


Por eso estos últimos vigilan que los primeros no se cuelen en su paraíso. Pero no porque consideren que defienden un paraíso (de hecho muchos consideran que el infierno está en su lado) sino porque no quieren que los del más allá traigan a rastras su desagradable abismo.

Por eso convencen a algunos de los del otro lado para que les ayuden a vigilar que los díscolos del más allá se les cuelen en su mundo.

Y entonces los policías y militares de aquella parte se instalan en su lado de la valla, levantan tiendas que forman campamentos, patrullan serios y se encaraman en las colinas para que los de su propia franja, aunque provenientes de un rincón algo más alejado, se cuelen en la otra zona.



El paraíso no es gratis, claro, y por eso muchos de los que proceden de las tinieblas se encuentran de frente altas vallas, pinchos que llevan nombres de detergente, señores uniformados que empuñan armas, engorrosos trámites burocráticos, manos ávidas en cobrar sobornos y, sobre todo, incomprensión. Piensan que la sola visión del paraíso, detrás de un mar que a veces parece un río, les consuela y les ayuda a superar las vicisitudes que han sufrido (y que sufren). También miran atrás y recuerdan el hambre (algunos), las guerras (bastantes), el atraso (casi todos) y la falta de expectativas (todos) y piensan que merece la pena seguir el camino.




Pero los habitantes del pretendido paraíso están dispuestos a emplear todos los métodos a su alcance para evitar que los seres del Averno se les cuelen en la Gloria. Detrás de la valla algunos señores con uniformes (y lo más desconcertante: algunas señoras con uniforme) les piden papeles que volverían loco a Kafka, otros emplean material de antidisturbios, hay quien extiende crueles leyendas sobre los renegridos seres de las Tinieblas y finalmente se empeñan en demostrarles que en el Paraíso no son bienvenidos los ángeles negros. Por muy ángeles que sean.


Al otro lado de la valla también pululan seres del Averno, con mayúsculas, que engañan a los otros seres del averno, ahora minúsculas, con promesas celestiales. Les ofrecen barquichuelas que crucen ese mar que parece un río, también ofrecen guías que les dejarán en mullidas rocas de afiladas puntas, les hablan de contratos prodigiosos, de trabajo a espuertas y de mujeres ávidas de sus enormes falos o de sus pétreas nalgas.


En este lado temen algo parecido: que sus hermosas mujeres se vayan con esos enormes falos y que esa pétreas nalgas atrapen a sus maridos en tugurios de carretera, que les arrebaten el menguante mercado del trabajo y se hagan con los dineros que sólo sobran en las mentes del Otro Lado.

El último suceso entre los de allí y los de aquí se ha llevado la vida de Quince seres del averno (con minúsculas ahora) y ha obligado a montar guardia a los Seres del Averno (en este caso con mayúsculas) mientras que los de este lado, que es el nuestro, se preguntan unos si es necesario empuñar un fusil contra la desesperación, otros si es necesario que las autoridades vulneren las leyes para que los demás seres celestiales las cumplamos, los más si es de recibo que para todo esto sea necesario ultrajar a la Verdad. Los de allí denuncian que los recibieron a balazos, los de aquí que les atacaron por cientos y tirando piedras. Y ahora, mientras los de siempre defienden a lo de Siempre, y los de Siempre se esfuerzan por demostrar que los de siempre son inocentes, la tormenta tiñe de alerta roja las orillas del Tarajal.


Al otro lado, mientras tanto, siguen convencidos de que aquí se levanta el paraíso y esperan por miles su turno para intentar el sueño. Los de aquí, mientras tanto, piensan en cómo apagar su especial infiernillo y defenderlo de los de allí. La valla sigue impertérrita dividiendo dos mundos: el de allí y el de aquí. Dos mundos que se desconocen tanto como se temen.

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