jueves, 10 de abril de 2014

Viaje a Cuba: santeros, orishas y la muerta que acompaña mis pasos



La señora Lucía me mira a la cara y parece transmutarse. Jadea, gime, da brazadas, sus ojos, con un estrabismo evidente, bizquean aún más y, finalmente, parece desplomarse en el sillón mientras sentencia: 'en tu familia alguien murió ahogado'. Me hace gracia la escena porque La Habana no deja de sorprenderme siempre. La señora Lucía me había alquilado una habitación, la suya, con una descomunal cama rodeada de objetos de santería: un enorme tarro de cristal lleno de agua y en cuyo interior flotaba errática una muñeca que parecía una niña ahogada, un cenicero con colillas de puro, inciensarios, botecitos de perfume, todo ello regado con hordas de cucarachas que pululaban por el techo y, de cuando en cuando, se precipitaban en caída libre sobre mi aterrorizada persona. La señora Lucía yacía ahora repantingada en su sofá, los ojos desorbitados y sus manos abanicándose, un sofoco que parecía abarcar todo su cuerpo.


La señora Lucía tenía razón porque mis dos abuelos murieron ahogados, uno en un río, el otro en un ataque de asma, cosas de la vida. La señora Lucía se levantó entonces, milagrosamente repuesta, y me dijo: 'tú tienes muy mala suerte con tus relaciones', y lo decía mientras asentía ostentosamente, 'tus novias te duran poco y eso tiene una explicación', y agitaba también los brazos mientras sonreía misteriosamente, 'a tu lado hay una muelta que te espanta los amores porque ella misma está enamorada de ti'. Miré nervioso a mi alrededor esperando tal vez que la muelta se materializara y resultara ser una voluptuosa mulata del oriente cubano pero no acerté a ver nada más que las paredes de la casa palacio del hogar de la señora Lucía. Una casa palacio despiezada y repartida entre un número tan grande de vecinos tras la Revolución que sus propietarios originales no la reconocerían nunca, por cierto. 'Ella está ahí, no puedes verla', me advertía la santera, 'pero te sigue a todas partes y no dejará jamás que fructifique una relación'. Debió de advertir un gesto de angustia porque inmediatamente me ofreció la solución: una limpieza de espíritu me devolvería la paz conyugal que tanto ansiaba, según ella, y sería por fin un alma centrada y no descarriada.


No lejos de su casa, en plena calle Cuba de la Habana centro, dos santeras novicias parlotean animadamente. Están vestidas con sucesivas capas de ropa blanca en busca del blanco impoluto aunque el conjunto en general deja un poco que desear. Me dan la espalda cuando me acerco con una cámara de video y se relajan cuando la bajo. 'Tenemos que estar un año vestidas así', dice una de ellas, 'y ya llevamos once meses'. A puntito, les digo, 'a puntito', me dicen, y una de ella cuchichea con la otra: 'se cree que no sabemos que nos está grabando pero lo sabemos, sólo que vamos a hacer como si no lo supiéramos para que no sepa que lo sabemos'. Apago la cámara confundido por la perorata y escucho su explicación. La ropa debe de ser blanca en su totalidad, desde los bloomers, que es la ropa interior, hasta las enaguas, que aquí se llaman sayuelas, pasando por el sujetador, el corpiño, la blusa, un turbante y chal. Este color, dicen, permite un intercambio energético activo y la energía positiva que reciba el cuerpo será absorbida sin problemas y la negativa que produzca saldrá sin traba alguna.



Dice la estadística que entre el 70% y el 80% de la población cubana realiza algún tipo de práctica religiosa afrocubana, desde la Santería propiamente dicha hasta otras prácticas menores, como el Palo Monte o los Abakuas. En casa de una amiga de La Habana abrimos una botella de ron: ella se levanta y se va a un rincón donde echa un chorrito por el suelo. 'Para los orishas', dice muy seria mientras me sirve un trago en un vaso. En un bar de Santiago de Cuba un camarero anota la comanda mientras me analiza para concluir: 'usted es Changó', el camarero es santero cuando acaba la jornada y se explica, 'usted es dinamita'. Las creencias medio yorubas medio católicas están por todas partes y en Cuba es imposible huir de ellas. Tenga cuidado con ellas, pueden llegar a obsesionarle si cree que su descreimiento tiene algún riesgo. 'No creo', se dice uno, '¿molestará mi falta de fe a los orishas?', se sorprende uno pensando, '¿cómo creer que molestaré a esta ficción?', me decía mientras cambiaba una media de tres veces diarias la rueda pinchada del coche de alquiler, asediado por la fiebre, bajo una lluvia persistente, sentado en un charco. ¿Tendrá algo que ver el collar del tal Changó que cuelga de mi muñeca? 'Llévelo bien si no quiere enfadar al Orisha', me aconsejó el santero santiagueño antes de salir, 'eso quiere decir que se lo cuelgue al cuello', ¿al cuello? ¡pero si es enorme!, 'no, al cuello, en la mano le provocará todo tipo de males'. Angustiado por los males que me infringía un espíritu en el que no creía arrojé el collar por la ventanilla del auto mientras atravesaba Camagüey y la mala suerte se fue tras las coloridas cuentas que rebotaban por la acera.


La santería tiene sus raíces en la tribu Yoruba, pueblos de las riberas del Níger que fueron arrancados de sus tierras para servir como mano de obra esclava en las plantaciones caribeñas. Los yoruba vivieron un infierno en vida que en ciertas partes aún dura hoy, y no hay más que ir a Haití para comprobarlo. Pero hicieron que los sacerdotes que trataban de evangelizarlos lo vivieran también y para sobrevivir a las oleadas de adoctrinamiento y cruces y evangelios decidieron camuflarse entre santos y vírgenes. Ahora Santa Bárbara, la que truena, es Changó, que soy yo según aquel santero de Santiago, Yemayá es la Virgen de Regla, como diosa de la maternidad, y Oshún es la Virgen de la Caridad del Cobre, la dueña del amor, la sexualidad y el oro. Son muchos más, y el santoral tiene para ellos otro nombre: son los Orishas, deidades que gobiernan el mundo desde sus tejemanejes y que sólo se inclinan ante Olodumare, que es el dios universal, y Ashé, que es su energía expandida hacia el mundo. Para conocer más de esta peculiar religión: pincha aquí. Aquí un babalawo cubano que se ofrece por internet...







Juan Manuel Durán, el jerezano que descubrió América desde el aire (o el vuelo del Plus Ultra)




El 22 de enero de 1926 el teniente de navío Juan Manuel Durán González sacó de su equipaje una caja de dulces y la ofreció a los tripulantes de su cabina. Todo un detalle que arrancó sonrisas de un equipo tenso hasta el límite que se enfrentaba al segundo descubrimiento de América. Con los carrillos masticando azúcar y rodeados de cientos de barquichuelas el capitán de la expedición, que era el hermano anarquista de Franco, se sintió algo más aliviado de la presión que le acongojaba el cerebro. La desembocadura del río Odiel hervía de pequeñas embarcaciones que arropaban en su despedida al Plus Ultra. Como cuatrocientos años atrás, una nueva nave partía del puerto de Palos de la Frontera para descubrir un continente. La diferencia era abismal porque el continente ya estaba descubierto, la nave volaba y en lugar de mares lucharían contra nubes. Pero el reto era parejo porque nadie antes había logrado cruzar el Atlántico por el cielo.

El viaje se hizo en un hidroavión capitaneado por Ramón Franco, acompañado por el capitán Ruíz, el mecánico Pablo Rada y con la supervisión de Juan Manuel Durán González, un jerezano que representaba a la Marina pero que no emularía a Rodrigo de Triana: la etapa más comprometida la haría a bordo de un buque de seguimiento. La hazaña se había convertido en una obsesión para los norteamericanos y en una carrera contrarreloj para las naciones europeas. Los tabloides ofrecían recompensas a los pilotos que consiguieran abrir la ruta, los italianos preparaban un vuelo, los portugueses ya habían fracasado, en Inglaterra todos daban por supuesto que serían ellos los primeros en cruzar el Atlántico por el aire.
Monumento a la tripulación del Plus Ultra en La Rábida, Palos de la Frontera, Huelva
Los tripulantes acudieron al monasterio de la Rábida, como hizo Colón siglos atrás, y Huelva lo vivió como otro descubrimiento: la víspera del despegue cientos de onubenses acamparon en los alrededores de la Rábida. Juan Manuel observa la algarabía con pesar porque su periplo tiene fecha de caducidad: al llegar a Porto Praia, en Cabo Verde, el jerezano desembarca y navega hasta Pernambuco porque la aeronave excedía en cuatrocientos kilos su peso recomendable. El crucero pasó al norte de Brasil, a dos mil kilómetros del continente africano, lo que batía todos los records de navegación aérea del momento. Las multitudes llenaban carreteras, calles y muelles y eran tantos los curiosos que las primeras filas caían al mar en oleadas. El siguiente punto fue Pernambuco, donde nuevamente embarcó Juan Manuel, y de ahí a Río de Janeiro, Montevideo y Buenos Aires. Recorrieron 10.270 kilómetros en 59 horas y 39 minutos. Sufrieron la rotura de una hélice, que repararon sin aterrizar, y utilizaron por vez primera un radiogonómetro, un novedoso entonces rastreador de señales de radio.


Juan Manuel Durán nació en Jerez en 1899 y tuvo una vida corta pero intensa. Formado en la primera promoción de pilotos navales, Durán ya tenía experiencia en los aires gracias a su participación en los sucesos de Alhucemas a bordo de la escuadrilla Macchi M-24, en una de las primeras intervenciones en una guerra desde el aire. A los veintiséis años, poco después de su hazaña y convertido ya en profesor de la escuela Naval de Barcelona, falleció en una lamentable demostración de mala suerte: su hidroavión chocaba con otra aeronave en pleno vuelo, precisamente en una época en la que apenas había ingenios volantes. El jerezano fue rescatado con vida del mar pero murió poco después a bordo del buque Alsedo, precisamente el que acompañó al Plus Ultra durante la parte más dura de su trayecto. Sólo sobrevivió a su gesta cinco meses.




Referencias

El vuelo del Plus Ultra, conferencia del Coronel de Aviación José Gomá Orduña en Palma de Mallorca, 1951, seminarios de formación de la F.E.T. y de las J.O.N.S. de Baleareas, editado por la Universidad Internacional de Andalucía.

<strong>El vuelo del Plus Ultra, José Warleta Castillo, Instituto de historia y cultura del ejército del aire, www.ejercitodelaire.mde.es




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