miércoles, 5 de febrero de 2014

Viaje al Estrecho de Gibraltar (I): hijos de dos mares: la mare que parió al levante y la mare que parió al poniente



‘Los habitantes de Estrecho de Gibraltar somos hijos de dos mares’, dice mi amigo Carlos: ‘la mare que parió al levante y la mare que parió al poniente’. Y mientras su chiste resuena en mi cerebelo una ráfaga de viento cimbrea una palmera hasta ponerla casi de rodillas. Hoy toca levante y los días de levante el perfil del africano Monte Musa se difumina hasta desaparecer y convertir el estrecho en un mar tenebroso sin límites. Si sopla la otra mare, el poniente, el aire se torna aire, traslúcido, incoloro y el sol actúa como una enorme lupa que permite a los hijos de los dos mares distinguir las viviendas y las carreteras y los árboles del otro lado del mar. África se cuela entonces en las casas de Europa y las de Europa en las de África y los equipos de vigilancia extreman sus cuidados porque es el momento de los desesperados, de los contrabandistas, de los narcotraficantes, pero también de los confiados que creen dominar las artes de la navegación, de las tablas, de la pesca submarina, de la pesca del merluza.

estrecho de Gibraltar por Hachero


El Estrecho de Gibraltar separa dos continentes, Europa y África, tiene tres países, España, Gran Bretaña y Marruecos, y dos colonias, Gibraltar, que es británica, y Ceuta, que es española (si ampliamos el estrecho Mediterráneo adentro deberíamos incluir Melilla, española también) Edito para salvar discusiones sobre esta terminología: las apasionadas discusiones sobre el término 'colonia' oscilan entre la elección de esta palabra por la Unión Africana o la mayoría de la prensa europea al fulminante rechazo de una buena parte de la opinión pública española; para mí no tiene connotación negativa y por ello la sigo usando, además de que durante años ha estado englobada bajo el gobierno de la oficina para asuntos coloniales. Tiene dos zonas francas, la de Algeciras y la de Tanger Med, y es la puerta de entrada, y de salida, y hasta de encuentro, del Océano Atlántico y el mar Mediterráneo.

estrecho de Gibraltar por Hachero

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El estrecho de Gibraltar es un espejo: en la primera foto, el puerto de Algeciras, y abajo, el de Tánger

Por si todo esta mezcla de geografía y política no bastara, bajo la corteza terrestre existe una enorme fisura de dos placas tectónicas, la Euroasiática y la Africana, lo que añade un nuevo elemento de dramatismo a los frecuentísimos acontecimientos que ocurren superficie arriba. Dicen los expertos que el Mediterráneo tarda noventa años en renovar sus aguas y que si ocurriera un cataclismo que le cerrara el acceso al Atlántico el Mare Nostrum acabaría desecándose en unos cinco mil años (algo que ya ocurrió hace más de cinco millones de años). El desastre sería mayúsculo para los casi cien mil buques que surcan anualmente sus aguas y que comunican el continente americano con el golfo pérsico por una suerte de atajos que alejan África del cotarro de verdad: el que da dinero, el de las rutas comerciales las del combustible.

Estrecho de Gibraltar por Hachero

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Otros expertos, en teorías más modernas que no son incompatibles con las anteriores, aseguran que un millón de años atrás no existía el estrecho, que solo una cadena montañosa se extendía desde Portugal hasta África y que el Mediterráneo era una sucesión de valles profundos con lagunas saladas. Pero esa placa tectónica a la que antes aludía provocó un cataclismo que lanzó las aguas del Atlántico hacia su interior mediante una monstruosa catarata de dos mil metros de altura y treinta kilómetros de ancho. Una cascada que debió de ser bien hermosa y que duró nada menos que treinta años hasta que ambos lados se nivelaron. El trauma geológico fue de impresión y dejó un valle submarino producto de la erosión que puede medir alrededor de doscientos kilómetros.

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Eso debajo del agua. Arriba, el relieve canaliza el viento y convierte a sus habitantes en 'hijos de dos mares'. Aunque las consecuencias de la placa tectónica son reconocibles en toda Andalucía y el norte de África, desde el valle del Guadalquivir a Sierra Nevada, desde el Monte Musa a las montañas del Rift, me quedo con el estrecho en sí, como masa de agua atormentada que reparte entre sus vecinos alegrías y disgustos.

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Por no hablar de flora y fauna: los delfines acompañan a los veleros mientras los pescadores de almadraba atrapan a los atunes en sus migraciones anuales, los tiburones y ballenas se cuelan por la grieta para visitar a sus primos de aguas más saladas mientras que por las alturas más de treinta millones de aves de trescientas ochenta especies, según la Fundación Migres, cruza cada año el estrecho en los periodos de migraciones.  Por si fuera poco, los últimos monos de Europa están en el Peñón de Gibraltar, una especie conocida como Macaco de Gibraltar que a la mínima saltan sobre el techo de tu vehículo con la impunidad del que se sabe protegido: así se subieron en mi viejo coche...

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Para mí no deja de ser la comarca que cantan los Mártires del Compás o la que me ha dado dos hijos: aquí te lo explico mejor (lo de los dos hijos)

Estrecho de Gibraltar por Hachero

Sea como fuere, el Estrecho de Gibraltar ocupa un lugar central en la historia del ser humano desde hace miles de años. Dice el profesor José Ramos, de la Universidad de Cádiz, que la hipótesis del paso por el estrecho de sociedades de cazadores, recolectores y pescadores del norte de África durante el Paleolítico es consistente, a tenor de las pruebas halladas en la cueva de La Cabililla de Benzú, donde se han hallado restos con más de trescientos mil años. El compañero de Ramos, Darío Bernal, estima que en el Pleistoceno el estrecho era aún más estrecho y que incluso había islas que facilitaban el paso entre dos orillas que hoy mismo parecen estar mucho más cerca de lo que están. Que es bien poco, por cierto. Así que, mientras algunos homínidos se internaban por Oriente Medio procedentes del África Oriental, otros grupos de hombretones recios y aventureros colonizaban las alegres tierras del sur de Andalucía.

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El tránsito no dejó de surcar estas profundas aguas hasta que llegaron los fenicios, que fundaron la ciudad más antigua de Europa, Cádiz, seguidos por los griegos, que llamaron Columnas de Hércules al polémico Peñón de Gibraltar y a su espejo del otro lado, el Monte Musa, (O no, hay muchas teorías al respecto), los romanos, que dejaron una estupenda factoría de salazones a pocos kilómetros del estrecho (Bolonia), los reinos de los visigodos, que incluso sortearon los kilómetros de convulsa mar para colocar a un tal Don Julián como gobernador de una Ceuta en permanente lucha contra el imperio bizantino, que llegaba nada menos que a esta región (Bizancio tenía en Cartago, hoy Túnez, un importante centro comercial). La prueba inequívoca de este ajetreo está en el interior de una cincuentena de cuevas de los montes de Tarifa, pinturas con más de veinte mil años de antigüedad que fueron dadas a conocer al mundo por el espeleólogo alemán Lothar Bergmann   y que demuestran gráficamente que nadie en esta tierra fue el primero ni será el último.

Viaje a la frontera de Gibraltar: show must go on


Cada día cruzan la frontera de Gibraltar entre treinta y treinta y cinco mil personas. Entre ellas están los miles de trabajadores españoles que han encontrado trabajo en las empresas del Peñón, y que son hasta diez mil, entre contratados y los que no lo son tanto, pero también cruzan los matuteros, que son los contrabandistas de tabaco a pequeña escala, y los turistas, que vienen por miles, por no hablar de los propios gibraltareños, que salen asfixiados por una colonia en la que no puedes meter la quinta velocidad y prefieren vivir en las lujosas urbanizaciones del exterior. El tránsito en sí es algo hipnótico, con sus idas y venidas, con los enormes atascos que se producen de cuando en cuando, y según vayan las relaciones bilaterales entre España y Gran Bretaña, o según le vayan las cosas al gobierno de Madrid consigo mismo. O al del Peñón consigo mismo también, o también al Peñón con el de Gran Bretaña, que es el suyo pero sin llegar a serlo.

frontera Gibraltar por Hachero


'¿Cuánto vale el autobús para subir a ver los monos?', pregunta una señora en un kiosko en la entrada de la frontera con Gibraltar mientras un grupo de vecinos de La Línea ondea una bandera de España. Un turista saluda desde el interior de un autobús mientras muestra desafiante, y muerto de la risa, un pasaporte británico. El trasiego de paseantes es constante y el tráfico de vehículo no se detiene jamás. Un espectáculo en sí mismo que tiene algo de marean.

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Un agente de la guardia civil detiene un vehículo y se dispone a pedirle la documentación: tiembla el resto de la cola, los coches se detienen varios kilómetros atrás, un señor en bicicleta salva la acera de un salto. Los datos van más allá: cada año son trece los millones de personas que cruzan este paso fronterizo que traslada de la desgana linense a un versión calurosa de Londres con un pedrusco en su interior.

frontera gibraltar por Hachero


Los trece millones de personas, eso sí, tienen truco y si consiguiéramos los nombres de todos ellos habría varios cientos que habrán pasado miles de veces: los matuteros, una colorida mezcla de buscavidas que se pasan el día entrando y saliendo del Peñón con tabaco en sus bolsillos. Frente a la entrada, el monumento al trabajador inmigrante, un bronce con un señor vestido un tanto a la antigua con un bicicleta, choca con su fondo: un Mac Auto que parece querer absorberlo. Desde el interior de un vehículo una gruesa señora grita que va a buscar tabaco y desde otro coche le responde un joven que él también. Una pandilla de chavales cruza la frontera a toda velocidad, saltan sobre la acera y se interna en las calles de la ciudad. Un hombre anuncio vestido con una aparatosa versión de un oso de peluche gigante suda bajo el mismo sol del Estrecho que castiga a los pacientes conductores que hacen la cola. Un vehículo no puede más y salta la mediana con una acrobática pirueta. Bajo la techumbre de uralita de la parada de taxis, una familia británica examina las bolsas repletas de chocolates que ha comprado en el interior del Peñón. Una señora que dice ser estanquera se queja ante una cámara de la ruina de su sector.

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Un redactor de un canal de televisión escoge como fondo la montaña de la discordia e improvisa unas palabras ante la cámara. El calor aprieta, los agentes continúan con su labor aleatoria. Cuando la acumulación de vehículos comience a descongestionarse, los agentes se darán media vuelta y afrontarán con cierto hastío la misma labor: es la hora de salir y los mismos vehículos que guardaron fila en la entrada aparecen ahora en la salida, muchos de ellos cargados de tabaco, de botellas de licor, de aparatos electrónicos, de productos comprados con una tasa de impuestos muy inferior a la de España. Una cámara instalada en la parte británica de la frontera informa en directo a los gibraltareños de la envergadura de la fila y de cómo de exhaustivos son los controles. La señora que ha desplegado sus carteles reivindicativos quejándose del paro en la bahía de Algeciras se cruzará entonces con los colectivos de trabajadores españoles en Gibraltar, que cuelgan carteles contra los controles exhaustivos. Unos policías de sindicato protestan también porque los gibraltareños les fotografían y suben sus caras a la red. Un falangista pasea una bandera con haces. Un turista se hace una foto.

Cae la noche: el circo se apaga, la función termina, las fieras descansan. Mañana, más.

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