domingo, 12 de enero de 2014

Viaje al mapa de las lenguas muertas: con los últimos nukakparlantes


En el centro de San José del Guaviare un grupo de chicas indígenas se esfuerzan en fabricar pulseras. Hablan entre ellas, cuchichean y pongo el oído para ver que dicen. Imposible. Su lengua es una sucesión de chasquidos monosilábicos en los que predomina la vocal i. Hablan muy rápido, es imposible averiguar sobre qué, y ellas, de cuando en cuando, miran alrededor con una absoluta indiferencia. Están absortas en su conversación y les importa poco que yo las escuche. Pero yo sigo con la oreja puesta porque ese idioma es Nukak, una lengua tonal de la familia Makú-Puinave que tienen nada menos que doce vocales, seis de ellas orales y las otras seis nasales, más que consonantes porque tiene once fonemas consonánticos, una lengua que depende mucho del tono, que aún estudian hoy los lingüistas, para conocerla por completo porque no sabemos mucho de esta variedad del Makú desde que salieron de la selva en 1988. Claro que para aprender todo de esta lengua habrá que darse prisa porque apenas quedan quinientos indígenas, doscientos de ellos en el interior de la selva, trescientos en la ciudad de San José, donde desaparecen a una velocidad de vértigo presa de enfermedades, tristezas y asesinatos. Y hasta de hambre. Aquí puedes ver más sobre ellos. Claro que no son los únicos: cada dos semanas desaparece una lengua del planeta.


El 24 de octubre de 2010 muró Pan Jin-Yu, una abuela que nació en 1914 en Puli, Taiwan, y que fue la última hablante del idioma Pazeh.

Poco antes, el 26 de enero del mismo año, 2010, murió Boa Sr, la última parlante del lenguaje Bo, en las islas Andamán, pertenecientes a la India, una lengua que se negó a desaparecer de la manera más precaria porque su propia madre, muerta cuarenta años antes, fue la segunda boparlante a la que se mantuvo aferrada su idioma. No sirvió de mucho.

El 21 de enero de 2008 fue Marie Smith Jones la que se llevó a la tumba los últimos sonidos de Eyak, una lengua que se hablaba en la parte más sureña de Alaska y que ninguno de sus nueve hijos llegó a aprender porque se negó a enseñárselos ‘por el estigma’ que suponía hablar lenguas de indios y no el inglés.

La lista es extensa y triste porque centraliza en personas que podemos ver el último suspiro de lenguas que tardaron milenios en formarse hasta alcanzar su último suspiro. Famosa fue, por ejemplo, Fanny Cochrane Smith, muerta en 1905, la última conocedora del idioma de la isla de Tasmania, al sur de Australia, una indígena que dejó canciones de su lengua en cilindros de cera que se guardan como oro en paño porque son las únicas muestras de una lengua aborigen en esta isla y que puedes escuchar aquí:

El 7 de octubre de 1992 murió Tevfik Esen, un agricultor turco de origen circasiano y último conocedor del Ubijé, un caso distinto al de los demás porque luchó parte de su vida para conservar la lengua que le enseñaron sus abuelos y colaboró con toda suerte de lingüistas e investigadores para mantener, al menos, el recuerdo de su idioma. Puedes verlo aquí.



Frente a Tevfik, que luchó denodadamente por conservar su pasado, Ishi fue el último nativo de la California septentrional, un hombre acorralado por la fuerza de la historia que vio morir a amigos y familiares por los colonos y mineros de la fiebre del oro de mediados del siglo XIX. Cuando apenas quedaba una quincena, y viendo que los mataban sin remedio, Ishi y los suyos, el pueblo Yana, se escondieron en las montañas y no fueron descubiertos hasta 1908, cuando no quedaban más que cuatro que no pudieron esconderse de una expedición de técnicos que iban a construir una hidroeléctrica. De los cuatro sólo quedó Ishi, que huyó monte adentro hasta 1911, cuando fue atrapado por el sheriff de Oroville, en California. De Ishi no sabemos mucho más, porque ni siquiera se llamaba así (en su cultura es tabú pronunciar el propio nombre) pero nos dejó una frase que hoy sigue haciéndonos pensar: ‘Cuando el último árbol sea cortado, cuando el último río sea contaminado, se darán cuenta de que el dinero no se come…’. Su historia está en este libro de Thedoroa Kroeber, Ishi en dos mundos.


No hay que meterse en los vericuetos de la historia ni de la geografía más intrincada para encontrar lenguas moribundas. El 27 de diciembre de 1974 murió Ned Maddrell, el último hablante de gaélico Manés, en la británica isla de Man, y en octubre de 2012 era Bobby Hogg el que moría en Black Isle llevándose los últimos sonidos del Cromarty, una lengua original de Escocia. O Antonio Udina, que prefería ser llamado Tuone Udaina, muerto en 1898 como último hablante del Dálmata, la lengua romance de la isla de Krk, en la actual Croacia.


Aquí puedes ver una lista con los últimos hablantes de lenguas ya extintas: LISTA DE ÚLTIMOS HABLANTES. Un trabajo enorme y siempre incompleto porque cada dos semanas desaparece un idioma. La UNESCO ha situado en un mapa las 2473 lenguas recién extintas y más amenazadas hoy, que puede verse aquí con una ficha y su situación geográfica: MAPA DE LENGUAS MUERTAS Y MORIBUNDAS

Así, el Adnyamathanha de Australia sólo tiene cien hablantes y está definitivamente sentenciada, el Achumawi de Idaho, en los EE.UU, se encuentra en estado crítico porque sólo quedan diez personas que la hablen, el mismo número que de Nusa Laut, en Indonesia, o los sesenta hablantes del Olultecan, de México.

Cada dos semanas se apaga una lengua y dicen los lingüistas que a lo largo de las próximas décadas desaparecerán al menos la mitad de las 7.000 lenguas que se hablan en el planeta. El mandarín, el castellano, el hindi, el inglés, el árabe, el bengalí, el portugués, el ruso y el japonés son las lenguas más habladas y sobre las que orbitan casi todas las demás, por áreas de influencia y por ley de gravedad. Cada vez que muere una lengua muere algo del ser humano, un conjunto de sonidos que ha costado milenios en perfilar y mantener y que ahora desaparecen con tanta rapidez como los organismos más vulnerables. En el centro de San José del Guaviare, los nukak, una de las etnias y una de las lenguas más amenazadas, tejen sus pulseras. Bajo un árbol, agarrado a su cerveza, las vigila Snáider, de tanto en tanto observa su reloj de pulsera, se limpia el sudor en su camiseta roja. Snáider habla Nukak pero preferiría no hacerlo: por eso se borró su verdadero nombre, Duki Makú. El tiempo lo borrará a él también. Y a los suyos. Y a su lengua.


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