jueves, 9 de febrero de 2012

Fray Bartolomé de las Casas: el Garzón de cinco siglos atrás





El día de Pentecostés de 1514 Bartolomé de las Casas renunció a sus tierras y a sus esclavos en isla de La Española para dedicarse en cuerpo y alma a lavar su conciencia. En sus retinas aún se movían atormentados unos cuerpos que yacían insepultos en el lecho de un río medio seco tiempo atrás, cuando se asomaron curiosos a observar el paso de los estentóreos soldados de la corona española. Los taínos salían de sus aldeas para ver a esos extraños de cabellos brillantes y pelos en el rostro que decían venir en nombre de un dios desconocido. Sorprendieron a los soldados, cansados de la extenuante marcha, mientras afilaban sus espadas en los cantos rodados del lecho rocoso. Al grito de 'probemos el filo con esos indios' se produjo una masacre que el encomendero sevillano no pudo digerir y que marcó el inicio de su misión en este mundo: originar una gran indigestión a la corona española: una indigestión moral.

Necesitó décadas y ni aún así logró el cambio que reclamaba pero con paciencia, tenacidad y una desbordante personalidad, fray Bartolomé de las Casas al menos propagó el mensaje que atormentaba sus días: el exterminio nos aleja del ser humano que decimos ser. Cuando ocurrió su especial 'caída del caballo' llevaba doce años en tierra nueva, siguiendo los pasos de su padre, que llegó como colono, y en ese tiempo había sido minero, de los que rebuscaban pepitas en el fondo de los ríos, más tarde tuvo una encomienda, es decir, una concesión real para que hiciera rentable unas tierras con indígenas a su cargo, sintió explotar la conciencia y regresó a España para ordenarse religioso.

De todas las acusaciones que escuchó el sevillano la que más debió dolerle fue la de crear la leyenda negra de España, aprovechada sobre todo por los enemigos ingleses para justificar sus ataques contra la corona española, pero también la de exagerar los relatos para conseguir fama y autoexaltación. El historiador Ramón Menéndez Pidal lo califica, además, de enfermo mental y Pedro Borges, especialista en historia religiosa, ve en el sevillano a un vanidoso que no piensa tanto en los indios como en sí mismo. Algunos religiosos de su propia orden lo veían como un ególatra incapaz de escuchar a los demás, obsesionado por su imagen y por entender la justicia como una lucha eterna contra los valores establecidos. Los colonos de las Indias lo despreciaban porque defendía a lo que ellos consideraban bestias y temían que el empuje de aquel fraile les arrebatara haciendas y esclavos. Le recordaban sus tiempos de encomendero, aireaban sus tiempos como dueño de esclavos, en las colonias era un traidor.

 Por otro lado están los fríos datos: la población americana descendió de ochenta millones de almas a diez millones en dos siglos, un genocidio, conseguido con espadas y virus, aún por superar. Un ejemplo: los lucayos fueron trasladados desde las islas Bahamas a la península para peregrinar de circo en circo hasta extinguirse como raza.

Las Casas vuelve a España y se entrevista con el rey Fernando y con el cardenal Cisneros. Tanta pasión puso en su discurso que le idearon un título ex profeso, ‘Protector de los Indios’ y le otorgan otra encomienda, ésta en el norte de Venezuela, para que organizara un laboratorio indígena. Su experimento no funcionó porque los colonos, cruel zancadilla de la historia, se dedicaron a la trata de esclavos. Además, aprovechando un viaje del fraile a España, los nativos se rebelan y su particular sociedad feliz se va al garete. El sevillano se hace entonces dominico porque son de los pocos que critican el modo en el que se está colonizando el nuevo continente. Su empeño es notable y además de escribir encendidos discursos bucea en el derecho  en busca de fundamentos jurídicos para la abolición de la esclavitud. Frente a las tesis del sevillano se alzaron las de un cordobés de Pozoblanco, Juan Ginés de Sepúlveda, capellán de Carlos I y dominico también, un religioso que sin pisar América se convirtió en el principal defensor del imperio español, en base a sus conocimientos de Aristóteles, y en el más apasionado paladín de la conquista, colonización y evangelización de las nuevas tierras. El argumento era sencillo: las civilizaciones superiores tienen todo el derecho a dominar a las inferiores para sacarlas del salvajismo en el que viven y elevarlas al supremo nivel del evangelio.

El fraile sevillano, agotado de tantos viajes y de tantas discusiones teóricas, aún tiene tiempo para viajar a Guatemala y volver a levantar una nueva versión de su Utopía venezolana, esta vez con más éxito: aprende la lengua local y pacifica a los indígenas a través de versos y cánticos. El fraile sevillano, empeñado en demostrar que el indio es también humano, se entrevista con el emperador Carlos I y le convence de que hay que cambiar el sistema. El rey convoca al Consejo de Indias y, siguiendo los consejos del sevillano, el 20 de noviembre de 1542 promulga las ‘Leyes Nuevas’, por las que abole la esclavitud de los indios. Que se cumplieran o no es otro cantar. Además, el fraile consiguió que al menos dos religiosos estuvieran presentes en cada acción de conquista o colonia. Los avances fueron más sobre el papel que en la realidad así que Bartolomé se decidió a escribir sus recuerdos en lo que sería su obra más conocida, ‘Brevísima relación de la destrucción de las Indias’, donde muestra con toda su crudeza un auténtico genocidio y saqueo. Su combatividad le granjea numerosos enemigos, tanto en tierra nueva como vieja, sobre todo cuando asegura preferir a los indios desnudos y adorando a dioses extraños que sometidos a esclavitud. Las Casas llega incluso, en el colmo de un atrevimiento un tanto naif, a proponer la marcha de los españoles de las tierras descubiertas y esperar a que los reyes indios reclamen a la corona de los Austria para que los colonicen de buen grado.

Al final de su vida recibió el nombramiento de obispo de Cuzco, cargo que rechazó, y de Chiapas, que aceptó por imposición y donde dejó tan buen recuerdo que la capital del departamento se llama aún hoy ‘San Cristóbal de las Casas’. Murió en Madrid, a los 82 años, después de renunciar a su condición de obispo, cansado y abatido porque frente a la moral no luchaban molinos: eran gigantes. 


Bibliografía.

La conquista de América, El problema del otro, Tzvetan Todorov, Siglo Veintiuno Editores
Brevísima Relación de la destrucción de las Indis, Bartolomé de las Casas, Cátedra Letras Hispánicas, 14ª edición, Madrid, 2005.
Quién era Bartolomé de las Casas, Pedro Borges, ediciones RIALP S.A., Madrid, 1990
La controversia entre Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas. Una revisión. Artículo de Francisco Fernández Buey, Universidad de Barcelona


© José Luis Sánchez Hachero
sanchezhachero@hotmail.com

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